Las palabras se disputaban el lugar, salían una detrás de la otra, tan de prisa que apenas podía organizarlas de manera coherente, entonces me veía precisada a cambiar el orden con flechitas oscuras…cuando terminé se la di y esperé, entre avergonzada y expectante.
Era “la crónica del abuelo” un escrito lleno de añoranzas y consejos que salían de la boca de mi abuelo negro a través de mi pluma. Regresé a la mesa de ocho sillas en el comedor en la que nos sentábamos todos a esperar que el abuelo apareciera para poder empezar a comer aquellos tostones exquisitos, la yuca con mojo que la abuela preparaba, o el potaje de frijoles negros con aquel punto que le daban el culantro y la albahaca.
Mi amiga se echó a reír y me miró con sorpresa: “casi puedo sentir el sabor de esos frijoles y el cariño de esa mesa. Qué pena que ya no comamos juntos, ahora cada quien lo hace cuando puede, andamos corriendo como locos” comentó, y luego agregó: “Deberías escribir más”
Ese día supe que escribir no responde solo a una necesidad personal. Al hacerlo, de repente, podemos arrancar una sonrisa de alguien que tal vez esté muy solo o asustado…eso sería suficiente para intentarlo una y otra vez ¿no cree?
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